sábado, 3 de julio de 2010

Anatomía de Gray

Debo reconocer que cuando leí “El retrato de Dorian Gray”, hace muchos años, me pareció una novela un tanto tediosa. Sin embargo, el texto de Óscar Wilde ha pasado a la historia como una de las grandes obras jamás escritas. Esto ha sido así gracias a la potente carga lírica que encierran sus páginas y a la sutileza con la que se narran. En mi defensa alegaré que me esperaba algo más del libro y puede que mis expectativas fuesen muy elevadas...Pero, en fin, como esta no es una crítica literaria, sino cinematográfica, será mejor que pasemos a lo que nos compete.


Al contrario que con la novela, este humilde crítico no se esperaba gran cosa de la revisión cinematográfica, cortesía de Oliver Parker, de “El retrato de Dorian Gray”. Y mis expectativas no sufrieron grandes alteraciones respecto al espectáculo vislumbrado. El film es tan vacuo como fácilmente olvidable. Aunque puede que los fans del libro lo recuerden un poco más debido a la interpretación tan libertina que hace de la obra el señor Parker. Sin embargo, el director británico es ya un erudito en lo que a la adaptación de grandes obras históricas se refiere, ya que Parker ha llevado a la gran pantalla al shakesperiano “Othello” y “La importancia de llamarse Ernesto”, otra obra de Óscar Wilde.

Podría decirse que la película trata de modernizar la antigua historia, añadiéndole un carácter claramente comercial con el objetivo de atraer a todo tipo de espectadores a la sala. Y, tal vez sea esto último, el motivo por el cual no profundiza en los matices del libro. A pesar de ello, digno es de alabar la magnífica recreación del Londres victoriano que se nos muestra en el film. Aunque las buenas ambientaciones se están convirtiendo ya en algo cotidiano dentro del cine actual gracias a los avances tecnológicos y los grandes presupuestos que se manejan.

Quien no está a la altura es el protagonista, Ben Barnes. El joven actor se pasa toda la película sin mover un solo músculo facial, como si continuara posando para el retrato. Tal vez sea mejor que vuelva a las tierras de Narnia. Por contra, y para compensar la balanza, nos encontramos con la extraordinaria interpretación de Colin Firth. El inglés da vida al personaje de Lord Henry Wottom, una especie de diablillo en el hombro de Dorian. Firth nos regala un cálido papel, y es que cuando él aparece en pantalla, la película cobra un color más esperanzador, que tiende a desparecer cuando abandona el plano.
En cuanto al argumento, ¿qué decir? Creo que todos conocemos, en mayor o menor medida, sobre de que trata el libro y, por supuesto, la película. Tal y como ya he comentado más arriba, Parker nos ofrece una libre interpretación de la obra, a la cual la acompañan unos frágiles diálogos que en su mayoría no son nada del otro mundo. Aunque sí que posee algunas escenas bastante cautivadoras.

Poco más se puede añadir a una película que da la impresión de haber sido, más bien, garabateada por un niño que pintada por una mano experta. A pesar de ello, sus dos horas de duración tampoco es que se conviertan en una tortuosa experiencia, con lo que ofrece una fácil distracción para un momento de aburrimiento.

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