jueves, 13 de mayo de 2010

¿Qué será lo que tiene el negro?

Hace años, Miguel Marías publicaba un artículo donde describía una figura habitual en nuestros medios. Se trata de esos personajes que por extrañas razones gozan del aplauso del público y qua a nosotros nos resultan insoportables. Lo curioso del fenómeno no era tanto nuestro desagrado sino que, a pesar de que tales sujetos nos producen honda repulsión, en muchos casos no podemos dejar de verlos, nos fascinan y nos dan grima a la vez. Marías titulaba a estos especímenes Ídolos de la perversidad y proponía un ejemplo muy gráfico: Lord of the dance. Algunos de ustedes recordarán a aquel energúmeno que se paseaba medio desnudo por los escenarios del mundo, bailando supuestas danzas populares irlandesas.
Yo creo que todos tenemos nuestros particulares Ídolos de la perversidad. A veces nos gusta que nos irriten, cabrearnos un rato. Es importante elegir bien a nuestros enemigos. Esto me pasa con Hernán Migoya. No es sólo que todos los tebeos suyos que he leído me han parecido una mierda. Es que además aborrezco al personaje por lo que representa. Cuando se habló en prensa del escándalo creado alrededor de su novela Todas putas, yo me lo imaginaba frotándose las manos, no hay nada que más convenga a la gente sin talento que un poco de ruido en los medios. Migoya juguetea con un trasto tan viejo que ya casi no funciona. Me refiero a la provocación. Concretamente, le gusta revolver alrededor de la violencia sexual. Así consigue que, en ocasiones, las feministas le organicen campañas que sin duda le resultan rentables.
Desde ese punto de vista, lo mejor que se puede hacer es ignorarlo, que es mi política habitual. Alguno habrá fascinado por sus bazofias y yo lo respeto, pero prefiero perder mi tiempo en otros asuntos. Pero es que en esta ocasión el tipo se nos pone serio. Tapa dura, un dibujo con pretensiones artísticas y una banda donde se nos advierte: “Violencia de género e inmigración, grandes temas de actualidad, en una novela gráfica de...”, etc.

La opción gráfica es cuanto menos discutible. Dejar que el pincel ensucie los acabados más de lo habitual y darle a todo una apariencia como casual, suelta, no convierte la historieta directamente en una obra de arte. Menos cuando por el camino se pierde la actuación de los personajes y en no pocas viñetas directamente no se sabe qué pasa. Con todo, el dibujo es soportable. No es lo peor en un trabajo donde destaca un guión increíblemente malo. Y largo, además.

Se nos cuenta la historia de Olimpita, una pescadera vapuleada por su marido. Un día se lía con un negro que anda por el mercado. Su marido, que es mu malo, mu malo, no la pilla; pero como es muy celoso la golpea un día sí y otro también. Ella le pide al negro que se lo cargue en plan El cartero siempre llama dos veces. Pero el senegalés pasa y se tira a la vieja del puesto de enfrente. Decepcionada por la traición de su amante, le corta el cuello al moreno. Hay un momento en que parece que tendremos final a lo Imperio de los sentidos, pero Migoya decide cortarse. Y ya está.

“...Una historia de amor llena de ternura y horror. Una historia cotidiana de ficción, cercana a la triste realidad de muchas mujeres e inmigrantes”. Así se describe este engendro en la contraportada. De verdad, alucinante.




Olimpita
Hernán Migoya y Joan Marín
Norma Editorial. Barcelona, 2009.

 
Florentino Flórez

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